
En una casa de Capital, lejos del bullicio del Vaticano, se guardan con devoción pequeñas cartas escritas con una letra diminuta y pulcra. Son las cartas de Jorge Bergoglio, primero como sacerdote, luego como arzobispo y, finalmente, como el Papa Francisco. La destinataria: María Eugenia Aliaga, una vecina sanjuanina que construyó con él un vínculo basado en la palabra escrita, el respeto y la fe.
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La historia comenzó muchos años atrás, cuando la sanjuanina decidió escribirle una carta al entonces sacerdote jesuita, para compartir una inquietud personal. No esperaba respuesta, pero la recibió. Y así comenzó un intercambio que resistió el paso del tiempo y los cambios de jerarquía e incluso de continente.
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