
Durante los doce años en los que estuvo al frente de la Iglesia Católica, el papa Francisco dio señales claras de que su estilo de liderazgo no seguiría el camino de los lujos y formalidades tradicionales del Vaticano, algo que se reflejó en su habitación.
El Sumo Pontífice vivió en la habitación 201 de la Casa Santa Marta, un espacio austero que eligió desde el comienzo de su pontificado y que conservó hasta el final.
En lugar de mudarse al majestuoso Palacio Apostólico —con sus históricos salones dorados, frescos, mármoles y comodidades exclusivas—, el primer papa argentino optó por una habitación simple. Una cama individual, una lámpara de lectura, un crucifijo y su infaltable mate eran prácticamente todo lo que contenía su refugio privado.
Esa elección no fue casual ni pasajera. Desde el primer día, marcó un rumbo. En palabras de uno de sus colaboradores más cercanos, Monseñor Guillermo Karcher, «necesitaba vivir cerca de la gente». Esa frase resume el espíritu que guió sus pasos en Roma: cercanía, humildad y coherencia.
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